Los lógicos escolásticos tardíos idearon divertidos apoyos para la memoria, mediante los cuales se podían recordar las muchas formas o figuras de silogismo (conclusiones a partir de una premisa mayor y menor). Estos recursos mnemotécnicos consistían en palabras de tres sílabas, en parte reales y en parte creadas con este propósito. Cada sílaba representaba una de las tres proposiciones, y las vocales dentro de aquéllas significaban el carácter de estas proposiciones. La vocal a, por ejemplo, denotaba una relación general y positiva; la vocal o, una parcial y negativa. Así el agradable nombre Barbara, con sus tres a, designaba un silogismo que consistía en tres proposiciones generales y positivas (por ejemplo: “Todos los hombres son mortales; todos los seres mortales precisan de alimento; en consecuencia, todos los hombres precisan de alimento”). Y para un silogismo consistente en una proposición general y positiva y dos parciales y negativas (por ejemplo: “Todos los gatos tienen bigotes; algunos animales no tienen bigotes; en consecuencia, algunos animales no son gatos”) fue acuñada la palabra Baroco, que contiene una a y dos o. Fuese la palabra misma, o la manera peculiarmente indirecta de ejercitar el pensamiento que denotaba, o ambas a la vez, debieron de haber parecido a las generaciones posteriores particularmente graciosas y características del formalismo pedante, que rechazaban en el pensamiento medieval; y cuando los escritores humanistas, incluido Montaigne, querían ridiculizar a un poco mundano y estéril pedante, le reprochaban tener su cabeza llena de “Barbara y Baroco”. Fue así como la palabra Baroco (Baroque en inglés y francés) vino a significar cualquier cosa en extremo abstrusa, oscura, fantástica e inútil (como ocurre hoy en muchos círculos con la palabra intelectual). La otra derivación del término a partir de la palabra latina veruca y la española barueca, que significan, originalmente, “verruga” y por extensión “perla de forma irregular”, resulta muy improbable, tanto por razones lógicas como puramente lingüísticas.
Edwin Panofsky
¿Qué es el barroco?
en Sobre el estilo, pp. 35-36.
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