lunes, 23 de diciembre de 2013

Por los gitanos
Rubén Darío
                          París, diciembre de 1910

Georges Berry, diputado de París, es varón poco sensible a las poéticas tradiciones. Acaba de hacer aprobar por sus colegas del Palais Bourbon una ley que prohíbe la entrada de los gitanos en Francia. Siendo los gitanos seres misteriosos y poéticos, tienen todas mis simpatías y lamentaré con ellos que no entren más en esta dulce tierra.
Monsieur Jean Richepin, que cuando no era académico parecía tener cierto orgullo en manifestar que tenía sangre turania en las venas y que hizo un poco el romanichel, debía haber protestado contra la actitud del diputado Berry, que, ocupado en harto parlamentarios asuntos, no ha tenido tiempo de estudiar los secretos del antiguo Egipto.
¡Los gitanos! ¿No llevan en sus ojos radiantes algo de lo maravilloso del pasado, y no saben leer con esos mismos radiantes ojos los secretos del porvenir? Yo los he visto en sus cuevas troglodíticas del Sacromonte granadino, primitivos ferreteros, remendones de cacerolas, con sus caras morenas, con sus patillas de boca de hacha, sus ojos relampagueantes y felinos, sus abuelas, sus mujeres, su hijas, todas danzantes, vestidos de colorines, lúbricas e intocables para quien no sea cañí, prodigiosas de flexibilidad, de rítmica lujuria y de gracia bárbara en sus fandangos, tientos y garrotines.
“Austria, Bélgica, Suiza, España han revisado y perfeccionado sus legislaciones para impedir a todos esos malandrines franquear sus fronteras.”
Tal dice monsieur Georges Berry. Por lo que le toca a España, si tal sucede, me parece la disposición ilusoria. Los gitanos de España son legión y se bastan para toda la península. Ellas, salvajemente hermosas, goyas o zuloagas, sórdidas y llamativas, continuarán por campos y ciudades diciendo a las gentes la buena ventura; ellos, con sus fajas y sus sombrerotes, continuarán arreglando cazuelas y calderos, esquilando burros y robando a tontos. Y en todas partes de la tierra por donde pase quien tiene por jefe a su Corroe, conservará su legendario prestigio entre las muchedumbres. Y leo esta página en un sabio libro:
“Sin embargo, antes de morir, los Iniciados Egipcianos tienen una idea de genio… A fin de conservar la Tradición de las Pirámides a pesar de Roma, ellos han confiado los jeroglíficos a un pueblo de nómadas, venidos de la India, y que vagabundean a las riberas del Nilo… Este pueblo es vicioso, naturalista en extremo. Vende sus hijas, sus mujeres, pillan, roban. El vicio es su culto, la orgía su religión, el robo su juego. En él, la involución estaba hecha de carne, y esa onda tumultuosa arrastraba todas las taras.
“Pero los iniciados, pensando con razón que en esta época de tinieblas el vicio será un arco más fuerte que la virtud, decidieron confiar a estos nómadas la tradición, enseñándoles un arte del cual pueden servirse para predicar el porvenir. Ellos les enseñaron, explicándoselos, con amor, los sentidos adivinativos de los jeroglíficos del libro de Thot-Hermés, compuesto de 21 lames sagradas, y cuyo estudio profundo necesita 21 años de labor… Después, habiéndole mostrado todas las ventajas y cuestiones que podrían obtener de este Tarot, halagando a la vez su capacidad y esa atracción invencible por el porvenir que recela toda alma, los iniciados dijeron a los nómadas: ‘Desde ahora, vosotros os llamaréis el pueblo de los Römes, y vosotros iréis por la tierra prediciendo el porvenir con la ayuda del Tarot y no teniendo más que un solo propósito, un fin único: perseguir al sol con el fin de ver dónde es que él se acuesta…’. Entonces, los bohemios, aceptando el secreto sagrado de Thot-Hermés y habiendo hecho su Biblia propia, conscientes de su misterioso poder de adivinar el porvenir, se lanzaron hacia el Occidente, a la persecución de la luz… El Occidente: Roma, y el pensamiento de los iniciados, este torrente de infelices y ladrones, teniendo la magia para seducir las multitudes y el poder de darle su interés particular a las supersticiones, ¡aparecía más capaz de dar el asalto al papado triunfante que un ejército de intelectuales…!
“Y un día llegará donde aquellos que sepan leer, al mirar los jeroglíficos entre las manos de los gitanos, comprenderán que ellos no son más que hojas secas esparcidas por el viento de la Tradición, y que ese mote de Römes no es otra cosa que una corrupción de aquel de Ram, padre del Agneau, del Cordero”.
Conservo el recuerdo de una llegada de gitanos andantes a una aldea asturiana, donde solía pasar mis veranos cuando residía en España.
Era un día domingo. Los muchachos jugaban en la calle, las gentes venían de oír misa en la ermita cercana, de pronto se oyó a lo lejos el acompasado sonar de un gran pandero. Todos los rostros se alegraron. Se divisó luego la caravana trashumante de los bohemios. Se oyó la voz ronca del jefe de la tribu, soberbio ejemplar de su morena raza. Tenía los cabellos largos, los ojos de fuego negro; vestía pobremente y ceñía su cintura una ancha faja, por donde asomaba el extremo de unas enormes tijeras de esquilador. Le acompañaban unas cuantas mujeres, entre las cuales una linda bestezuela de 13 a 14 años, arisca y voluptuosa, un mocetón, y lo principal de la familia: un oso. Este era flaco, grande, gris y de aspecto filosófico. Bailaba, como sus congéneres, con gracias pesadas y balanceos de cabeza, mientras el gitano director percutía el sonoro pellejo y lanzaba unos cantos raros con voz gutural. Y la alegría reinaba entre los aldeanos, sobre todo entre los niños, que abrían grandes ojos asombrados y contentos. Acabada la danza, iba el oso por el coro, con el pandero, en el que caían las perras chicas y las perras gordas. Luego iban las mujeres errantes, de casa en casa, diciendo la buenaventura, y las mozas se reían de gusto cuando les leían en la palma de la mano un porvenir agradable con el respectivo casorio y la parvada de hijos. Y seguían los zíngaros su viaje a otras aldeas, a otros pueblos, a otras ciudades. E iban llevando con ellos el contento y la leyenda.
El poeta malagueño Arturo Reyes, que es semejante a un sultán moro, me contaba hace ya tiempo en Málaga anécdotas y casos de la vida de los gitanos, cosas de furia, de sangre y de salvaje amor. Y cómo la gitana jamás se entrega a quien no es de su raza aunque represente a maravilla la farsa de la pasión. Ella arrancará dineros al incauto que cree ya haberla conseguido, sabrá explotar con sin igual habilidad sus gestos de gata amorosa, sus felinidades de cuerpo y su mirar prometedor, pero cuando menos lo piensa, el donjuán queda burlado y con el bolsillo ligero, sin haber conseguido nada de la más escurridiza y picante de todas las hembras de la tierra. Y luego, ¡tienen ellas y ellos el cuchillo y la navaja tan fáciles! Y a veces suceden verdaderos prodigios. ¿Cómo me contó don Ramón del Valle-Inclán, en alguna conferencia en Buenos Aires, el suceso más admirable y delicioso que pasó en Madrid hace pocos años, en el cual él tuvo parte muy principal y que dio por resultado el matrimonio de la danzarina gitana Camelia y el maharadja de Kapurthala? Es un cuento bello, mitad de Perrault, mitad de Las mil y una noches.
A parís suelen venir, como números de music hall, gitanas y gitanos que causan sorpresa por sus figuras extrañas, sus trajes chillantes, sus salvajes bailes. Y en una pieza cuyo argumento pasa en España y que tiene música de un compositor que aquí reside y a quien llaman Quinito Valverde, una francesa medio norteamericana, posiblemente  con algo de cubana, esto es, completamente parisiense, contrahace la gitana y la imitación resulta casi perfecta.
Y el diputado Berry quiere que no entren en Francia los errantes hijos de Egipto que llevan consigo el secreto de la Esfinge y de la Pirámide y que saben lo futuro y que andan buscando, en persecución del sol, el lugar en que este se acuesta…
Proseguid, oh, parientes de las golondrinas y preferidos de las estrellas, proseguid vuestros inacabables éxodos en otras tierras hospitalarias. Seguid amando el vino y vuestros egoístas y celosos amores, y cometiendo instintiva y furtivamente tal cual pillería. Contaos vuestras legendarias tradiciones en vuestras noches de reposo, en vuestras giras a la ventura y en vuestras cortes de los milagros.

Seguid teniendo el incontenible horror que tenéis por el animal simbólico y terrible cuyo nombre no osáis pronunciar y cuya cabeza fue quebrantada por el rosado talón de la mujer. Contemplad las constelaciones y adivinad por lo que os indica vuestro misterioso libro de separadas hojas lo que ha de acontecer a los humanos que os interroguen y os paguen los anuncios y horóscopos en buenas monedas. Id con vuestros osos, regocijando a los campesinos y poniendo una nota pintoresca en las ciudades españolas, alemanas, húngaras, o en el país de Italia. Y no sepáis nunca la existencia del diputado monsieur Georges Berry, porque yo sé cómo son de formidables vuestros conjuros, cómo son de pavorosas vuestras maldiciones, cómo son de embrujados vuestros gestos.