lunes, 23 de diciembre de 2013

Por los gitanos
Rubén Darío
                          París, diciembre de 1910

Georges Berry, diputado de París, es varón poco sensible a las poéticas tradiciones. Acaba de hacer aprobar por sus colegas del Palais Bourbon una ley que prohíbe la entrada de los gitanos en Francia. Siendo los gitanos seres misteriosos y poéticos, tienen todas mis simpatías y lamentaré con ellos que no entren más en esta dulce tierra.
Monsieur Jean Richepin, que cuando no era académico parecía tener cierto orgullo en manifestar que tenía sangre turania en las venas y que hizo un poco el romanichel, debía haber protestado contra la actitud del diputado Berry, que, ocupado en harto parlamentarios asuntos, no ha tenido tiempo de estudiar los secretos del antiguo Egipto.
¡Los gitanos! ¿No llevan en sus ojos radiantes algo de lo maravilloso del pasado, y no saben leer con esos mismos radiantes ojos los secretos del porvenir? Yo los he visto en sus cuevas troglodíticas del Sacromonte granadino, primitivos ferreteros, remendones de cacerolas, con sus caras morenas, con sus patillas de boca de hacha, sus ojos relampagueantes y felinos, sus abuelas, sus mujeres, su hijas, todas danzantes, vestidos de colorines, lúbricas e intocables para quien no sea cañí, prodigiosas de flexibilidad, de rítmica lujuria y de gracia bárbara en sus fandangos, tientos y garrotines.
“Austria, Bélgica, Suiza, España han revisado y perfeccionado sus legislaciones para impedir a todos esos malandrines franquear sus fronteras.”
Tal dice monsieur Georges Berry. Por lo que le toca a España, si tal sucede, me parece la disposición ilusoria. Los gitanos de España son legión y se bastan para toda la península. Ellas, salvajemente hermosas, goyas o zuloagas, sórdidas y llamativas, continuarán por campos y ciudades diciendo a las gentes la buena ventura; ellos, con sus fajas y sus sombrerotes, continuarán arreglando cazuelas y calderos, esquilando burros y robando a tontos. Y en todas partes de la tierra por donde pase quien tiene por jefe a su Corroe, conservará su legendario prestigio entre las muchedumbres. Y leo esta página en un sabio libro:
“Sin embargo, antes de morir, los Iniciados Egipcianos tienen una idea de genio… A fin de conservar la Tradición de las Pirámides a pesar de Roma, ellos han confiado los jeroglíficos a un pueblo de nómadas, venidos de la India, y que vagabundean a las riberas del Nilo… Este pueblo es vicioso, naturalista en extremo. Vende sus hijas, sus mujeres, pillan, roban. El vicio es su culto, la orgía su religión, el robo su juego. En él, la involución estaba hecha de carne, y esa onda tumultuosa arrastraba todas las taras.
“Pero los iniciados, pensando con razón que en esta época de tinieblas el vicio será un arco más fuerte que la virtud, decidieron confiar a estos nómadas la tradición, enseñándoles un arte del cual pueden servirse para predicar el porvenir. Ellos les enseñaron, explicándoselos, con amor, los sentidos adivinativos de los jeroglíficos del libro de Thot-Hermés, compuesto de 21 lames sagradas, y cuyo estudio profundo necesita 21 años de labor… Después, habiéndole mostrado todas las ventajas y cuestiones que podrían obtener de este Tarot, halagando a la vez su capacidad y esa atracción invencible por el porvenir que recela toda alma, los iniciados dijeron a los nómadas: ‘Desde ahora, vosotros os llamaréis el pueblo de los Römes, y vosotros iréis por la tierra prediciendo el porvenir con la ayuda del Tarot y no teniendo más que un solo propósito, un fin único: perseguir al sol con el fin de ver dónde es que él se acuesta…’. Entonces, los bohemios, aceptando el secreto sagrado de Thot-Hermés y habiendo hecho su Biblia propia, conscientes de su misterioso poder de adivinar el porvenir, se lanzaron hacia el Occidente, a la persecución de la luz… El Occidente: Roma, y el pensamiento de los iniciados, este torrente de infelices y ladrones, teniendo la magia para seducir las multitudes y el poder de darle su interés particular a las supersticiones, ¡aparecía más capaz de dar el asalto al papado triunfante que un ejército de intelectuales…!
“Y un día llegará donde aquellos que sepan leer, al mirar los jeroglíficos entre las manos de los gitanos, comprenderán que ellos no son más que hojas secas esparcidas por el viento de la Tradición, y que ese mote de Römes no es otra cosa que una corrupción de aquel de Ram, padre del Agneau, del Cordero”.
Conservo el recuerdo de una llegada de gitanos andantes a una aldea asturiana, donde solía pasar mis veranos cuando residía en España.
Era un día domingo. Los muchachos jugaban en la calle, las gentes venían de oír misa en la ermita cercana, de pronto se oyó a lo lejos el acompasado sonar de un gran pandero. Todos los rostros se alegraron. Se divisó luego la caravana trashumante de los bohemios. Se oyó la voz ronca del jefe de la tribu, soberbio ejemplar de su morena raza. Tenía los cabellos largos, los ojos de fuego negro; vestía pobremente y ceñía su cintura una ancha faja, por donde asomaba el extremo de unas enormes tijeras de esquilador. Le acompañaban unas cuantas mujeres, entre las cuales una linda bestezuela de 13 a 14 años, arisca y voluptuosa, un mocetón, y lo principal de la familia: un oso. Este era flaco, grande, gris y de aspecto filosófico. Bailaba, como sus congéneres, con gracias pesadas y balanceos de cabeza, mientras el gitano director percutía el sonoro pellejo y lanzaba unos cantos raros con voz gutural. Y la alegría reinaba entre los aldeanos, sobre todo entre los niños, que abrían grandes ojos asombrados y contentos. Acabada la danza, iba el oso por el coro, con el pandero, en el que caían las perras chicas y las perras gordas. Luego iban las mujeres errantes, de casa en casa, diciendo la buenaventura, y las mozas se reían de gusto cuando les leían en la palma de la mano un porvenir agradable con el respectivo casorio y la parvada de hijos. Y seguían los zíngaros su viaje a otras aldeas, a otros pueblos, a otras ciudades. E iban llevando con ellos el contento y la leyenda.
El poeta malagueño Arturo Reyes, que es semejante a un sultán moro, me contaba hace ya tiempo en Málaga anécdotas y casos de la vida de los gitanos, cosas de furia, de sangre y de salvaje amor. Y cómo la gitana jamás se entrega a quien no es de su raza aunque represente a maravilla la farsa de la pasión. Ella arrancará dineros al incauto que cree ya haberla conseguido, sabrá explotar con sin igual habilidad sus gestos de gata amorosa, sus felinidades de cuerpo y su mirar prometedor, pero cuando menos lo piensa, el donjuán queda burlado y con el bolsillo ligero, sin haber conseguido nada de la más escurridiza y picante de todas las hembras de la tierra. Y luego, ¡tienen ellas y ellos el cuchillo y la navaja tan fáciles! Y a veces suceden verdaderos prodigios. ¿Cómo me contó don Ramón del Valle-Inclán, en alguna conferencia en Buenos Aires, el suceso más admirable y delicioso que pasó en Madrid hace pocos años, en el cual él tuvo parte muy principal y que dio por resultado el matrimonio de la danzarina gitana Camelia y el maharadja de Kapurthala? Es un cuento bello, mitad de Perrault, mitad de Las mil y una noches.
A parís suelen venir, como números de music hall, gitanas y gitanos que causan sorpresa por sus figuras extrañas, sus trajes chillantes, sus salvajes bailes. Y en una pieza cuyo argumento pasa en España y que tiene música de un compositor que aquí reside y a quien llaman Quinito Valverde, una francesa medio norteamericana, posiblemente  con algo de cubana, esto es, completamente parisiense, contrahace la gitana y la imitación resulta casi perfecta.
Y el diputado Berry quiere que no entren en Francia los errantes hijos de Egipto que llevan consigo el secreto de la Esfinge y de la Pirámide y que saben lo futuro y que andan buscando, en persecución del sol, el lugar en que este se acuesta…
Proseguid, oh, parientes de las golondrinas y preferidos de las estrellas, proseguid vuestros inacabables éxodos en otras tierras hospitalarias. Seguid amando el vino y vuestros egoístas y celosos amores, y cometiendo instintiva y furtivamente tal cual pillería. Contaos vuestras legendarias tradiciones en vuestras noches de reposo, en vuestras giras a la ventura y en vuestras cortes de los milagros.

Seguid teniendo el incontenible horror que tenéis por el animal simbólico y terrible cuyo nombre no osáis pronunciar y cuya cabeza fue quebrantada por el rosado talón de la mujer. Contemplad las constelaciones y adivinad por lo que os indica vuestro misterioso libro de separadas hojas lo que ha de acontecer a los humanos que os interroguen y os paguen los anuncios y horóscopos en buenas monedas. Id con vuestros osos, regocijando a los campesinos y poniendo una nota pintoresca en las ciudades españolas, alemanas, húngaras, o en el país de Italia. Y no sepáis nunca la existencia del diputado monsieur Georges Berry, porque yo sé cómo son de formidables vuestros conjuros, cómo son de pavorosas vuestras maldiciones, cómo son de embrujados vuestros gestos.

lunes, 30 de enero de 2012

ROLAND BARTHES - LOS ROMANOS EN EL CINE

LOS ROMANOS EN EL CINE
ROLAND BARTHES

En el Julio César de Mankiewicz, todos los personajes tienen flequillo sobre la frente. Unos lo tienen rizado, otros filiforme, otros en jopo, otros aceitado, todos lo  tienen bien peinado y no se admiten los calvos, aunque la Historia romana los haya proporcionado en buen número. Tampoco se salvaron quienes tienen poco cabello y el peluquero, artesano principal del film, supo extraer en todos los casos un último mechón que alcanzó el borde de la frente, de esas frentes romanas cuya exigüidad siempre ha indicado una mezcla específica de derecho, de virtud y de conquista.
¿Pero qué es lo que se atribuye a esos obstinados flequillos? Pues ni más ni menos que la muestra de la romanizad. Se ve operar al descubierto el resorte fundamental del espectáculo: el signo. El mechón frontal inunda de evidencia, nadie puede dudar de que está en Roma, antaño. Y esta certidumbre es continua: los actores hablan, actúan, se torturan, debaten cuestiones “universales”, sin perder nada de su verosimilitud histórica, gracias a ese emblema extendido sobre la frente, su generalidad puede dilatarse con seguridad absoluta, atravesar el Océano y los siglos, incorporar el aspecto yanqui de los extras de Hollywood, poco importa, todo el mundo está instalado en la tranquila certidumbre de un universo sin duplicidad, donde los romanos son romanos por el más legible de los signos, el cabello sobre la frente.
Un francés, a cuyos ojos los rostros americanos aún conservan algo de exótico, juzga cómica esa mezcla de morfologías: gángsters-sherifs y flequillo romano; en todo caso es un excelente chiste de music-hall; para nosotros el signo funciona con exceso: al dejar que aparezca su finalidad, se desacredita. Pero el mismo flequillo, llevado por la única frente naturalmente latina del film, la de Marlon Brando, se nos impone sin hacernos reír y no debería excluirse la posibilidad de que parte del éxito europeo de este actor se deba a la integración perfecta de la capilaridad romana en la morfología general del personaje. En contraste, Julio César resulta increíble con ese aspecto de abogado anglosajón ya desgastado por mil segundos papeles policiales o cómicos, con ese cráneo bonachón rastrillado por un lamentable mechón trabajado por el peluquero.
Dentro del orden de las significaciones capilares, encontramos un subsigno: el de las sorpresas nocturnas. Porcia y Calpurnia, desveladas en plena noche, muestran los cabellos ostensiblemente desaliñados; la primera, más joven,  tiene el desorden flotante, es decir que la ausencia de arreglo aparece de algún modo en su primer grado; la segunda, madura, presenta un punto flojo más trabajado: una trenza contornea su cuello y aparece por delante del hombro derecho, imponiendo, de esta manera, el signo tradicional del desorden, que es la asimetría. Pero esos signos son a la vez excesivos e irrisorios: postulan una “naturalidad” que ni siquiera tienen el coraje de sostener hasta el fin: no son “francos”.
Otro signo de este Julio César: todos los rostros sudan sin interrupción: hombres del pueblo, soldados, conspiradores, todos bañan sus rasgos austeros y crispados con un chorrear abundante (de vaselina). Y los primeros planos son tan frecuentes que, sin lugar a dudas, el sudor resulta un atributo intencional. Como el flequillo romano o la trenza nocturna, el sudor también es un signo. ¿De qué?: de la moralidad. Todo el mundo suda porque en todos algo se debate; estamos ubicados en el lugar de una virtud que se atormenta horriblemente, es decir en el lugar mismo de la tragedia; y el sudor se encarga de manifestarlo. El pueblo, traumatizado por la muerte de César y luego por los argumentos de Marco Antonio, el pueblo suda, combinando económicamente, en ese único signo, la intensidad de su emoción y el carácter grosero de su condición. Y los hombres virtuosos, Bruto, Casio, Casca, también traspiran sin cesar, testimoniando el enorme tormento fisiológico que en ellos opera la virtud que va a nacer de un crimen. Sudar es pensar (cosa que, evidentemente, descansa sobre el postulado, propio de un pueblo de hombres de negocios, de que pensar es una operación violenta, cataclísmica, cuyo signo más pequeño es el sudor). En todo el film, sólo un hombre no suda, permanece lánguido, imberbe, hermético: César. Evidentemente, César, objeto del crimen, permanece seco, pues él no sabe, no piensa, debe conservar el aspecto nítido, solitario y limpio del cuerpo del delito.  
También aquí el signo es ambiguo: permanece en la superficie, pero no por ello renuncia a hacerse pasar como algo profundo; quiere hacer comprender (lo cual es loable), pero al mismo tiempo se finge espontáneo (lo cual es tramposo), se declara a la vez intencional e inevitable, artificial y natural, producido y encontrado. Esto nos puede introducir a una moral del signo. El signo debería darse bajo dos formas extremas: o francamente intelectual, reducido por su distancia a un álgebra, como en el teatro chino, donde una bandera significa todo un regimiento; o profundamente arraigado, inventado de algún modo cada vez, librando una faz interna y secreta, señal de un momento y no de un concepto (el arte de Stanislavski, por ejemplo). Pero el signo intermediario (el flequillo de la romanizad o la transpiración del pensamiento) denuncia un espectáculo degradado, que tanto teme a la verdad ingenua como al artificio total. Pues, si es deseable que un espectáculo esté hecho para que el mundo se vuelva más claro, existe una duplicidad culpable en confundir el signo y el significado. Es una duplicidad propia del espectáculo burgués: entre el signo intelectual y el signo visceral, este arte coloca hipócritamente, un signo bastardo, a la vez elíptico y pretencioso, que bautiza con el nombre pomposo de “natural”.

Barthes, Roland
Mitologías
Trad. Héctor Schmucler
Siglo XXI, México, 1986
pp. 28-31

lunes, 9 de enero de 2012

erasmo ya lo dijo en su momento... ¿qué diría hoy?... ¡ay!...

La imagen y la naturaleza de la guerra
Hemos pintado a grandes rasgos el retrato del hombre, contrapongámosle ahora, si te parece, la imagen de la guerra. Imagina a partir de este momento que contemplas las bárbaras cohortes, horrendas por su solo aspecto y por su vocerío, ejércitos cubiertos de hierro alineados frente a frente; formidables tanto el estampido como el brillo de las armas, desagradables el resollar de una multitud desmesurada, las miradas amenazantes, los roncos cuernos, el terrorífico canto de las trompas, el tronar de las bombardas (no menos espantoso que el trueno pero más destructivo), el estruendo enloquecido; el furioso encontronazo, la feroz carnicería, la alternancia cruel de los que mueren y de los que matan, montones de cadáveres, mieses que ondean sangrientas, ríos teñidos de sangre humana. A veces ocurre que el hermano se abalanza contra el hermano, el pariente contra el pariente, el amigo contra el amigo y que al desbordarse el furor de todos clava la espada en las entrañas de aquel que jamás, ni siquiera de palabra, le había ofendido. En síntesis, hay en esa tragedia tal cúmulo de males que el corazón humano siente horror hasta de recordarlos. Para no hablar se aquellos otros males, que ante los ya descritos resultan leves y rutinarios: cosechas pisoteadas, casas reducidas a cenizas, granjas incendiadas, cabezas de ganado robadas, doncellas violadas, ancianos arrastrados al cautiverio, templos saqueados, latrocinios, pillajes, violencia y caos totales. De modo que omitiré aquellas desdichas que forman el séquito habitual de toda guerra, incluso de la más afortunada y justa: el pueblo empobrecido, los notables abrumados de impuestos; ¡tantos ancianos desamparados y al mismo tiempo anonadados por la muerte de sus hijos! (desgracia peor que perder la vida a manos del enemigo y con ella la capacidad de sufrir); ¡tantas ancianas privadas de sus bienes y a quienes así se aniquila con mayor crueldad que por la espada! ¡Tantas mujeres viudas, tantos niños huérfanos, tantos hogares en duelo, tanta gente próspera reducida a la miseria! En cuanto a la ruina moral, ¿de qué sirve mencionarla, cuando nadie ignora que de la guerra se derivan todas las calamidades de la vida? Ella engendra el desprecio del deber, la indiferencia ante las  leyes, la osadía y la prontitud para todo tipo de crímenes. De esta fuente nace una turba de bandidos, ladrones, sacrílegos, asesinos. Y, lo que es muchísimo más grave, esta  pestilencia tan funesta no sabe fijarse límites sino que nacida en un rincón cualquiera no sólo invade como una epidemia las regiones vecinas, sino que por ánimo de lucro o a causa de un casamiento o de una alianza arrastra a  las más lejanas a participar en el tumulto y en el desastre públicos. Aún más, la  guerra engendra la guerra, de un amago de guerra nace una verdadera y de una insignificante surge una guerra total, y no es extraño que ocurra en estas ocasiones lo que nos cuentan las fábulas sobre la hidra de Lerna. Por este motivo, creo yo, que aquellos antiguos poetas, que observaron con perspicacia y representaron con gran acierto la naturaleza de las cosas, nos transmitieron que la guerra llegó de los infiernos, que fue por obra de las Furias, sin que fuese suficiente una Furia cualquiera para cumplir esta misión. Para ello se eligió a la más funesta de todas, “la que tiene mil nombres, mil modos de hacer el mal”, la que armada con serpientes hace sonar la trompeta infernal. Es Pan quien llena el universo con su fragor demencial. Belona blande el furioso azote. El “Furor impío”, rotos todos los nudos que lo ataban, “sangrienta la boca, espantoso” emprende el vuelo. Tampoco los gramáticos la  pasaron por alto. Unos consideraban la palabra “bellum” como una antífrasis, ya que nada tiene ni de bueno ni de bello; pues lo bélico es a lo bello como las Furias a las Euménides. Otros se inclinan por derivarla de  la “”bestia” (“belua”), porque luchar hasta la destrucción mutua es más propio de bestias que de hombres. Pero honradamente a mí la lucha armada me parece “más que animalesca, más que bestial”. En primer lugar, la mayoría de las bestias salvajes viven armónica y civilizadamente dentro de su propia especie, marchan con la manada, se defienden y se ayudan entre sí. Además no todas las fieras son belicosas (las hay inofensivas como los gamos y las liebres); sólo pelean las más feroces de todas: los leones, los lobos, los tigres. Y ni siquiera se hacen la guerra a sí mismas como nosotros. “El perro no come perro”, “los leones feroces no combaten entre  sí”, la serpiente vive en armonía con la serpiente, entre las alimañas venenosas reina la paz. Para el hombre en cambio no hay fiera más peligrosa que el hombre. Por otra parte, las fieras cuando luchan, luchan con sus propias defensas; nosotros armamos a los hombres con armas antinaturales, inventadas por una técnica diabólica para destruir a otros hombres. Y cuando las fieras se enfurecen no lo hacen porque sí, sino cuando el hambre las aguijonea o cuando se sienten perseguidas o cuando temen por sus crías. Nosotros -¡Dios inmortal!- ¡por qué frívolas causas desencadenamos las peores guerras! Por demenciales títulos de señorío, por un enfado pueril, por una mujerzuela entrometida y por causas mucho más ridículas que éstas. Además, entre fieras la guerra es un duelo que enfrenta a dos contendientes y dura muy poco. Aunque el combate sea muy sangriento en cuanto uno de los dos resulta herido se separan. ¿Cuándo se ha oído que como hacen los hombres a menudo cien mil bestias salvajes se despedacen mutuamente? Todavía más, aunque ciertas fieras sienten una hostilidad instintiva hacia animales de otra especie, también hay otras que a la inversa están unidas por una amistad genuina y firme. En cambio lo que une a los hombres con otro hombre, sin importar quien sea, es una lucha perenne, sin que haya alianza alguna entre mortales que tengan suficiente consistencia. Diré más: toda especie que se aparte de su naturaleza acaba degenerando en otra peor, mucho más que si su maldad fuera de origen natural. ¿Quieres saber cuán feroz es la guerra, cuán horrible, cuán indigna es del hombre? ¿No has visto nunca a un león peleando con un oso? ¡Qué fauces, qué rugidos, qué jadeos, qué ferocidad, qué carnicería! Al espectador, aunque esté a salvo, se le ponen los pelos de punta. Pero mucho más horrible, mucho  más feroz es la visión de un hombre cargado de armas y venablos atacando a otro hombre. ¿Quién creería, dime, que se trata de seres humanos si la costumbre del mal no nos hubiera privado de la capacidad de asombro? Ojos que arden, palidez en los rostros, furor en la marcha, la voz  es como un chirrido, el estruendo demencial, el hombre es todo hierro, las armas rechinan, las bombardas disparan sus rayos. Si los hombres se devorasen y bebiesen la sangre para alimentarse la cosa sería más amable; pero a los que algunos han llegado es a realizar por odio lo que la costumbre o la necesidad harían más excusable. Más aún, todo esto se está volviendo más cruel gracias a las flechas envenenadas y a las infernales máquinas de hoy en día. Ya no encontramos por ninguna parte rastro de humanidad.



Erasmo de Rotterdam (1467-1536)

en “Adagios del poder y de la guerra”. Edic. de Ramón Puig de la Bellacasa, pp.204-208. Alianza Editorial, Madrid, 2008.


jueves, 1 de diciembre de 2011

los paradigmas cambian... ¿por qué no aceptarlo?...






Mars/avril 2008 / Le temps des catastrophes
GROUPE 2040
Introduction. Penser les catastrophes
Introduction. Reflecting on catastrophes. Groupe 2040
 
NOTRE temps semble être celui non pas seulement de « la » mais des catastrophes, climatiques, économiques ou politiques, sociales ou médicales. Cette diversité de catastrophes non seulement nous oblige à les prendre en considération mais nous permet également de les penser et de mesurer les différents usages politiques qui en sont faits. C’est le défi que le « groupe 2040 » s’est lancé. À partir d’une rencontre à Esprit entre Jean-Pierre Dupuy et Frédéric Worms, discussion qui s’est poursuivie autour du micro du Bien commun à France-Culture, ce groupe s’est constitué en réunissant aussi bien des scientifiques que des philosophes, des anthropologues et des juristes. Pour relever ce défi, il a adopté la méthode des cas en approchant chaque catastrophe, sous un angle triple : celui des faits, celui des modèles (pour la penser), celui des enjeux, notamment éthiques, politiques, historiques.
Le temps des catastrophes n’est pas un temps comme les autres. Il importait de l’indiquer d’abord quant à l’avenir, qu’il dessine et qu’il menace de limiter. Nous avons choisi 2040 parce que cette année devrait marquer, à en croire certains experts, un tournant dans de multiples domaines (épuisement des ressources fossiles, réchauffement climatique entre autres) ; c’est pourquoi nous l’avons retenue, à la manière dont Orwell avait choisi 1984, c’est-à-dire comme horizon mi-réel, mi-mythologique, dans un but de réflexion et de sens global, comme une possible inversion du rapport à l’histoire en un sens fort. Mais c’est aussi le cas quant au passé. De nombreux événements semblent l’indiquer : quelques événements passés, tous exemplaires d’une catastrophe et d’une « régression » historique, convergent vers cette unification, le sida (puis la crise de la « vache folle », puis la perspective d’une pandémie d’origine aviaire, etc.) ; le génocide (qui n’est pas réductible à un seul des génocides qui ont eu lieu au cours du XXe siècle) ; le terrorisme (avec la date repère du 11 septembre 2001 mais aussi ses événements jumeaux qui ont suivi à Madrid et Londres, notamment) ; le réchauffement de la planète (dont les effets ne se feront pas sentir en une seule fois, mais par une série de catastrophes – élévation du niveau de la mer, multiplication des phénomènes climatiques extrêmes, sécheresses, canicules, tornades…). D’où un nouveau rapport au temps et à l’action, marqué non plus seulement par la mémoire mais par la réparation, pas seulement par la précaution, mais par la préparation.
Mais le temps de la catastrophe appelle d’abord une sorte de phénoménologie pour être décrit en lui-même, à partir de l’analyse des différents domaines où elle semble pertinente. Non pour en déduire une nouvelle idéologie – ou la dénoncer – mais pour préciser les termes d’un débat qui admet, comme le lecteur le constatera, des divergences inter­nes. Ce qui réunit un tel groupe, c’est de prendre la catastrophe au sérieux. Parce que les usages des catastrophes sont nombreux et problématiques.

Chaque catastrophe n’est-elle pas par principe un événement absolu ? Non pas un risque un peu plus grand qui ébranlerait un peu plus la vie, et contre lequel il faudrait un surcroît relatif de protection, mais au contraire autre chose qu’un simple risque, qui menace jusqu’à l’existence de la collectivité, de l’espèce ou de la nature, et qui ébranle non seulement l’efficacité de la protection mais sa possibilité et ses principes mêmes, éthiques, juridiques, politiques ? En tant que rupture du cours ordinaire de l’histoire, subite et aux effets incalculables, la catastrophe atteint le statut d’événement pur. Une catastrophe est ce dont on se prémunit à défaut de le comprendre. Elle réoriente ainsi toute l’action vers la prévention jusqu’à faire perdre de vue autre chose que l’anticipation du mal ; on est au cœur de l’idéologie de la sécurité largo sensu. Le discours sur les catastrophes fait office de réorganisateur du discours politique et de l’action politique. L’idée de catastrophe semble occuper la place que remplissait hier l’idée de révolution. À travers elle on peut réarticuler la victimité, identifier les nouvelles attentes à l’égard du pouvoir.

Face aux catastrophes (ou plutôt aux discours sur les catastrophes), il faut tenter d’échapper autant à la lamentation qu’à la fascination, autant à la déploration qu’à la sidération. Nous n’avons voulu ni critiquer ceux qui font usage des catastrophes pour affirmer leur pouvoir (à la manière dénonciatrice de Naomi Klein dans The Shock Doctrine (1)), ni regarder la catastrophe en face comme l’horizon ultime de sens (à la manière esthétique d’Agamben dans l’État d’exception (2)), mais plutôt identifier des catastrophes dans les variations ou les séries (à la ma­nière de Chateauraynaud et Torny dans les Sombres précurseurs (3)) entre les diverses catastrophes que nous pouvons observer.
Si la catastrophe « naturelle » – appelons-la ainsi en première ap­proximation – ne trouvait pas dans l’expérience historique un puissant écho, elle n’aurait probablement pas l’importance qu’on lui donne. Mais la Shoah – qui signifie en hébreu catastrophe – a révélé l’effondrement de la communauté politique, la défection de l’imagination du semblable, c’est-à-dire du lien politique. Ce n’est pas là sa moindre énigme. « Nature » et « Politique » ne désigneront donc pas deux types de catastrophes, même si certaines paraissent plutôt « naturelles » (la pandémie, l’alimentation, la technique ou le nucléaire) et d’autres plus politiques (terrorisme, guerre ou krach économique). Non seulement chacune de ces catastrophes devra être étudiée, et prévenue – voire évitée ! – de manière concrète et différente, mais chaque catastrophe impliquera de manière différente, et sans les confondre, la nature et la politique. Nature et politique sont en fait, de manière à chaque fois différente, deux dimensions présentes dans chaque catastrophe, et permettant non seulement de les penser, mais de penser aussi le changement d’époque ou de moment dans lequel, ensemble, elles nous font entrer.

Le groupe réuni autour de « 2040 » (outre J.-P. Dupuy, A. Garapon et F. Worms, il comprend notamment C. Begorre-Bret, B. Chantre, A. Grinbaum, F. Gros, F. Keck), qui a déjà – avec le colloque de décembre 2006 à l’École normale supérieure, origine du présent dossier – organisé un séminaire régulier avec différents invités, envisage donc de poursuivre à l’avenir des activités, dont rien ne laisse penser que l’urgence doive diminuer.
Groupe 2040

1. Naomi Klein, The Shock Doctrine. The Rise of Disaster Capitalism, Londres, Metropolitan Books, 2007.
2. Giorgio Agamben, l’État d’exception. Paris, Le Seuil, coll. « Homo sacer II, 1. L'ordre philosophique », 2003.
3. Didier Torny, Francis Chateauraynaud, les Sombres précurseurs. Une sociologie pragmatique de l’alerte et du risque, Paris, Éditions de l’EHESS, 1999.


lunes, 31 de octubre de 2011

The Past (Ralph Waldo Emerson)

El Pasado
La deuda está saldada,
El veredicto dicho,
Las Furias aplacadas,
La peste está detenida.
Los destinos hechos;
Gira la llave y traba la puerta,
Dulce es la muerte para siempre.
Ni elevadas esperanzas, ni antiguos disgustos,
Ni odios mortales, pueden entrar.
Todo está ahora seguro e inalterable;
Ni los dioses pueden sacudir el Pasado;
Vuela hacia la puerta adamantina
Clausurada para siempre.
Nadie puede volver allí,
Ni un ladrón muy atildado,
Ni Satán con un truco espléndido
Pueden filtrarse por la ventana, fisura o agujero,
Para anudar o desatar, agregar lo que faltaba,
Insertar una página, fraguar un nombre,
Mejorar o terminar lo que está cerrado,
Alterar o enmendar un eterno Acto.


The Past

The debt is paid,
The verdict said,
The Furies laid,
The plague is stayed.
All fortunes made;
Turn the key and bolt the door,
Sweet is death forevermore.
Nor haughty hope, nor swart chagrin,
Nor murdering hate, can enter in.
All is now secure and fast;
Not the gods can shake the Past;
Flies-to the adamantine door
Bolted down forevermore.
None can reënter there,—
No thief so politic,
No Satan with a royal trick
Steal in by window, chink, or hole,
To bind or unbind, add what lacked,
Insert a leaf, or forge a name,
New-face or finish what is packed,
Alter or mend eternal Fact.

viernes, 7 de octubre de 2011

la sabiduría sin ambages...

SÉNECA
CARTA XXVIII A LUCILIO

Inutilidad de los viajes para curar el alma

¿Crees que esto te ha sucedido sólo a ti y te extraña como si fuera una cosa nueva el que con un tan largo viaje y con tanta variedad de lugares visitados no hayas arrojado la tristeza y el agobio del corazón? Debes cambiar el alma, no el clima. Aunque cruces el vasto mar, aunque, como dice nuestro Virgilio, tierras y ciudades desaparecen, los vicios te seguirán a cualquier parte que vayas.
Sócrates contesta a uno que le preguntaba esto mismo: ¿Qué te extraña que no te aprovechen nada los viajes, puesto que te llevas a tu alrededor a ti mismo? Te agobia la misma causa que te rechazó. ¿De qué puede servir la novedad de las tierras?, ¿de qué el conocimiento de ciudades y lugares? En nada queda esa agitación. ¿Preguntas por qué no te reconforta la huida?; porque huyes contigo mismo. Debe dejarse el peso del alma; si antes no lo has hecho, ningún lugar te agradará. Piensa que tu estado es ahora como el que nuestro Virgilio introduce en la profetisa ya agitada y excitada y que se encuentra llena de un espíritu extraño al suyo: Se agita la profetisa, por si puede expulsar al gran dios. Vas de aquí para allá, para poder expulsar el peso que en ti echa raíces, que se hace más molesto por el mismo balanceo, como en la nave los bultos inmóviles pesan menos y cargados de modo irregular sumergen más pronto aquella parte en la que se apoyaron. Cualquier cosa que haces, la haces contra ti y por el mismo movimiento te perjudicas, pues haces estremecer a un enfermo. Pero cuando ahí te hayas librado del mal, todo cambio de lugar se te hará agradable; será posible que seas arrojado a las tierras más lejanas, pero en cualquier rincón de un país bárbaro que seas situado, cualquier lugar te será hospitalario. Interesa más tú que llegas que adónde llegas, y, por tanto, no debemos entregar el corazón a ningún lugar. Debe vivirse con esta convicción: Yo no he nacido para un solo rincón; mi patria es todo este mundo. Y si eso lo vieras con claridad, no te extrañarías de no encontrarte satisfecho con la diversidad de países, a los cuales emigras a menudo por el tedio que te producen los anteriores; pues cualquiera de los primeros te hubiera complacido si lo hubieses considerado tuyo. Ahora no viajas, sino que vas errante; eres llevado como autómata y cambias un lugar por otro, cuando aquello que buscas, el vivir bien, se halla situado en todo lugar. Pues ¿qué cosa puede resultar tan tumultuosa como el foro?; en donde sin embargo también puede vivirse con tranquilidad, si es necesario. Pero si bien puede uno situarse, huiré lejos de la vista y proximidad del foro; pues como los lugares malsanos atacan la salud más fuerte, así también son poco saludables algunos para un alma todavía no perfecta y convaleciente. No estoy de acuerdo con estos que van por medio de la agitación y, aceptando una vida tumultuosa, luchan cada día con gran pasión con las dificultades de las cosas. El sabio soporta esas cosas, no las elige, y prefiere estar en paz a estar en lucha. No le aprovecha mucho el haberse despojado de sus propios vicios, si se debe luchar con los de los otros. Dices: Treinta tiranos rodearon a Sócrates y no pudieron quebrantar su espíritu. ¿Qué importa cuántos son los dueños? La esclavitud no es más que una; el que desprecia ésta, es libre, por grande que sea la multitud de los que lo dominan. Es tiempo de terminar, pero antes pago mi tributo. El principio de la salvación es el conocimiento del pecado. Me parece que Epicuro dijo esto de modo excelente; pues el que ignora que peca no quiere ser corregido; conviene que tú te des cuenta de que has faltado antes de que te enmiendes. Algunos se vanaglorian de sus vicios. ¿Crees tú que piensa en algún remedio el que cuenta sus males como virtudes? Por eso, cuanto puedas, repréndete a ti mismo, entrégate al examen de tu persona; primeramente toma la función del acusador, luego la de juez, finalmente la de defensor; alguna vez castígate.  

viernes, 23 de septiembre de 2011

Las cosas que tiene este mundito... Que todavía hay que jugar a las escondidas...

¿Sabían? Pues sí
Por Juan Gelman

Una unidad de espionaje de EE.UU., la División de Amenazas Asimétricas del Comando Conjunto de Fuerzas de Inteligencia (JFIC, por sus siglas en inglés), detectó antes del 11/9 la posibilidad de que Al Qaida atacara las Torres Gemelas y el edificio del Pentágono. La información fue desechada y casi 3000 civiles perdieron la vida en un atentado terrorista que, por alguna razón, no se pudo o no se quiso evitar.
En general se ha hablado de las fallas de la CIA y del FBI en esta materia. Pero el sitio independiente Truthout dio a conocer documentos del Organismo de Inteligencia de Defensa filtrados por un ex miembro de aquella División, conocida por el acrónimo DO5, que algo de luz arrojan sobre un tema que ninguna comisión investigadora supo escrutar a fondo. La documentación fue acercada y comentada por Iron Man, alias o seudónimo o nombre de guerra de quien fuera jefe de esa unidad desde fines del 2000 hasta junio del 2001. “Hombre de hierro” eligió guardar el anonimato para proteger a su familia de posibles represalias. Las revelaciones no son de poca monta.
La DO5 fue creada en 1999 y su tarea consistió en descubrir la existencia de planes terroristas preparados en el exterior o localmente que podrían llevarse a cabo en territorio estadounidense. Era una rama del JFIC y, en ese marco, prestó una atención muy prolija a Osama bin Laden y acólitos que radicaban entonces en Afganistán. Presentó “numerosos informes en los que se determinaban los probables y posibles movimientos de Usama bin Ladin (sic) y Mullah Omar”, incluida “la verosímil identificación de la casa en la que Khalid Sheikh Mohammed presuntamente había planeado los ataques”, y reunió información que apuntaba a la viabilidad de que Al Qaida intentara un golpe contra las Torres, el edificio del Pentágono y aun otros objetivos (www.truth-out.org, 13/6/11).
Entre fines del 2000 y junio del 2001, altos jefes del Pentágono se reunieron para evaluar los datos aportados por la DO5. Iron Man registra que se llegó a sugerir que se advirtiera al personal de seguridad y a la plana de ingenieros del World Trade Center del eventual ataque, pero la idea se desechó por “la renuencia de los mandos a contactar a la comunidad civil”. Curiosa omisión. “En otras palabras: la administración Bush tenía pleno conocimiento, antes del 11/9, de que la organización terrorista se había fijado esos objetivos y, aparentemente, los funcionarios del gobierno no actuaron en función de tales advertencias.” El por qué fue así es todavía habitante de la oscuridad.
Iron Man y los agentes de la DO5 y del JFIC “estaban cerca de capturar a Bin Laden”, pero el vicealmirante Martin J. Meyer, subjefe del Comando Conjunto de las Fuerzas de EE.UU. que asistía a esas reuniones de evaluación, manifestó al mayor general Larry Arnold y demás colegas que “su preocupación por Osama bin Laden como una posible amenaza para EE.UU. era infundada”. Lo dijo dos semanas antes del 11/9 y parece que se equivocaba. Mayer pasó a retiro en 2003 y fue contratado inmediatamente por la Lockheed Martin, una de las megaempresas que más lucran con las guerras de Irak y Afganistán merced a los contratos del Pentágono (www.lockheedmartin.com, 8/4/03).
Uno de los documentos cuya desclasificación logró Iron Man es un informe del inspector general del Ministerio de Defensa fechado el 23 de septiembre de 2008, en el que se señala que la jefa del JFIC, identificada más adelante como capitana Janice Dundas, había ordenado que cesara el seguimiento de Bin Laden “porque no era de competencia de la misión del JFIC”. Con un argumento parecido se cortó el examen de los “campos terroristas de entrenamiento” en Afganistán: “Esas cuestiones no se encuentran en la línea de natación del JFIC”. (www.scribd.com/doc/28486103/FOIA-Review-of-Joint-Forces-Response-9115-310). ¿Tendría la capitana, con una graduación relativamente menor en cualquier fuerza armada, tanto poder como para tomar por su exclusiva cuenta decisiones de semejante importancia? ¿O las órdenes venían de arriba, de muy arriba?
Las revelaciones de Iron Man exhiben que la información fue ocultada a la Comisión Nacional sobre los ataques terroristas en EE.UU., establecida por una ley del Congreso el 27 de noviembre del 2002 –más de un año después de los atentados– con la misión de conocer las circunstancias que los rodearon, así como el estado de preparación y la respuesta a los ataques. La integraban cinco legisladores republicanos y cinco demócratas.
Los apéndices del informe del inspector general del Pentágono muestran que se introdujeron cambios significativos en las respuestas que los analistas del JFIC proporcionaron a los investigadores del Congreso sobre su trabajo de Inteligencia en torno de Bin Laden, Al Qaida y los talibán (www.truth out. org, 23-5-11). Una capa de silencio más.
W. Bush participó, desde luego, en la ceremonia del décimo aniversario del 11/9. Se lo ve en la foto muy serio y compungido. Tal vez Dios le dictaba algo en ese instante. Porque a él, Dios le habla, según dijo.